En en año 1999 salía con un chico que vivía en la Provenza francesa, estaba terminando la carrera y mis sueños eran de vidrio, acero y hormigón.
Pasé unas semanas aquel verano descubriendo aquel paisaje que tanto me recordaba al nuestro. Le acompañaba a él y otra técnico en su trabajo estival, una catalogación de la „pequeña arquitectura “ de la región, fuentes, ermitas,muros, etc. Aquel maravilloso verano tuve la oportunidad de impregnarme de un paisaje amado, un paisaje respetado y mimado, ya que la coherencia visual era lo habitual. Ningún sobresalto, ninguna estridencia, ninguna descontextualización…
Con la cabeza fuera de la ventanilla del coche, el paisaje se desplegaba como un lienzo sin fin, donde nada perturbaba ni desarmonizaba aquella película serena que adormecía el alma.
De vez en cuando, sí llamaba poderosamente mi atención alguna casa contemporánea, y podía saber que lo era porque estaba acabando mis estudios de arquitectura, mimetizada con el paisaje y con una volumetría acorde a la vernacular, era muy difícil no confundirla con la arquitectura tradicional, mi naturaleza curiosa me hizo preguntar…¿qué hacen aquí los arquitectos cuando les encargan una vivienda de nueva construcción?.
La respuesta era obvia, estaban obligados a seguir unos criterios para preservar el paisaje, debían idear espacios contemporáneos integrados en volumetrías, acabados y materiales que dialogasen con ese entorno de ensueño.
En ese momento, y no antes, tomé conciencia de lo que ocurría en el pedacito de mediterráneo interior del que yo venía y en que había crecido, igual de hermoso, pero nada mimado en cuanto a las construcciones residenciales que lo salpicaban.
Durante la carrera tuve un profesor, Miguel del Rey Aynat, que me transmitió e inculcó la sensibilidad y respeto por el paisaje, nadie más durante todos los estudios me habló de paisaje, le estaré eternamente agradecida, porque sembró una semilla que yo seguí regando hasta hoy.
Me agrede ver en nuestro mediterráneo castillos fortaleza en una época en la que ya no hay miedo al exterior, la edad media tuvo su tiempo. Almenas sin flechas que lanzar, balaustradas del renacimiento italiano , torreones sin princesa, arcos que en nada recuerdan a nuestros apreciados riuraus, ( hablaremos más adelante de ellos), colores con ego y últimamente viviendas decididamente contemporáneas, unas más amables y respetuosas, otras mucho menos…
Por el camino, cayeron en el pozo del olvido como en un cuento, los porches, los colores tierra, las contraventanas, los patios, el cañizo y su sombras, la esencia de la arquitectura mediterránea, que controla orientaciones, huecos y corrientes de aire
Siempre pensé así, pero terminé la carrera impregnada de contemporaneidad y así proyecté porque sentía que era lo que tenía que ser, estábamos en el siglo XX y el camino ya lo habían iniciado a principios de siglo los maestros de la arquitectura moderna de los que había bebido, había que ser minimalista, sí o sí…
Continuará…